Culpa y deseo: dos sentimientos que contradicen la realidad de una mujer infiel.
- Ela Buendía
- 5 jun 2020
- 10 Min. de lectura
El cuento “Una historia”, escrito en 2017, hace parte de la antología Siete Cuentos Morales del escritor sudafricano J.M Coetzee. En él se narra los sentimientos y pensamientos de una mujer infiel que afirma no sentirse culpable, sino al contrario, completamente satisfecha con la vida que ha construido junto a su marido y Robert, el hombre con el que le es infiel. La lista de sentimientos que rodean al cuento es vasta: culpa, ansia, anhelo, infidelidad, placer, espontaneidad, satisfacción, deseo, libertad, celos, amor, odio, alegría, venganza, desconcierto, confianza, justificación. Cuando el lector camina entre los pensamientos, las motivaciones, las reflexiones y los temores de esta mujer, se harán evidente dos hechos: primero, existe un gran número de sentimientos que se contraponen y que generan un debate entre cuál domina más la vida de la mujer. ¿Prima la confianza o la satisfacción? ¿Se trata de placer o amor? ¿La domina la culpa o el deseo? En segundo lugar, llama mi atención las primeras líneas del cuento: “No siente culpa. Eso es lo que la sorprende. Ninguna culpa” (Coetzee, 2017, p.5). Sin embargo, al recorrer el cuento parece que atendiéramos a algo distinto: una intensa búsqueda de la mujer por disculparse, por ofrecer excusas, por encontrar acciones que la rediman; un intento por convencerse de lo contrario y al mismo tiempo, convencer al lector de cuán satisfecha se encuentra con su aventura, y de la cual no siente ninguna culpa.
Intentaré con este texto hacer un pequeño recorrido por los sentimientos que habitan a la protagonista y a la manera en que ellos son quienes funcionan como ruta de navegación para comprender qué motiva a la mujer, cómo su realidad se ve transformada, y finalmente, qué hay detrás de sus afirmaciones de no sentirse culpable. Para entender un poco más el impacto de los sentimientos me serviré del psicoanálisis, en una búsqueda por comprender en mayor profundidad su relación con las fantasías, los pensamientos, las motivaciones, los miedos, es decir, todo el mundo interior de esta mujer; quien, como podrá conocer el lector de Coetzee, se trata de Elizabeth Costello.
Sigmund Freud explica la culpa como “dolor psíquico” que se impone a un individuo al haber traicionado a otro y por poner en riesgo su amor (Freud, 1979, p. 130). Como ya he mencionado, este es el primer sentimiento al que atendemos en la narración. “No siente culpa. Eso es lo que la sorprende. Ninguna culpa” (Coetzee, 2017, p. 5). Teniendo como base esto parece que amor, traición y culpa están estrechamente ligados. La culpa surge como resultado de un acto de traición cometido sobre un sujeto al que se ama. Si realmente no existe culpa en ella por lo que hace, ¿entonces hasta qué punto el amor a su esposo se configura? ¿O todo se remite a la clandestinidad? Quizás es solo culpable quien es descubierto en el acto, así que ella todavía no siente el peso de su traición mientras siga siendo un secreto.
El origen de la culpa –o su ausencia- radica en su infidelidad. Esta tiene la característica de ser algo que “se hace tan fácil” (p.5). Sin embargo, ¿fue siempre así? A sus ojos la infidelidad parece que ocurre solo en el acto de la penetración. Ni en “los juegos previos” que contenían besos, o caricias, o el desvestirse, ni en los toqueteos. Todo ello “se podía decir que era juguetear […] Juguetear con la idea de infidelidad” (p.5). En otras palabras, se podía disculpar. Aquí vemos el primer intento de la mujer por ofrecer justificaciones, por convencerse. Al principio todo se trataba de un jugueteo. Hasta que pasó. “Pero cuando él se deslizó dentro hubo algo irreversible... Estaba sucediendo; ya había sucedido” (p.5). La primera vez hubo un acto de consciencia de lo que estaba ocurriendo. Era algo muy parecido a un tabú, el cual una vez es roto pierde su capacidad de generar el mismo impacto. Después de aquella primera vez la infidelidad perdió su capacidad de asombro o de temor y se convirtió en aquello “que se hace tan fácil”. “Ahora traga las bebidas todas las veces” (p.5). ¿Qué género esto? ¿Por qué la primera vez de una infidelidad parece un acto significativo que contiene una conciencia completa de lo que se hace y luego se reduce su poder?
Para comprender esto podríamos ver la infidelidad como un sacrificio. Es un homicidio que cometen dos personas que se unen, a sabiendas de estar causando daño a una tercera, que funciona como chivo expiatorio. La pareja infiel está justamente unida por el sacrificio de esa persona; es una manera de matar simbólicamente a la persona objeto de la infidelidad. Quizás por ello es que la primera vez es tan decisiva. Cada vez que se repite ya no se trata de un asesinato; solo se mata a alguien una vez; luego es como simplemente arrojar más tierra sobre la fosa. Esto termina por generar algo parecido a la costumbre del acto, y, por lo tanto, la culpa, más que desaparecer, se suaviza, pierde su ferocidad y se convierte en una pequeña -a veces mayor- molestia. Sin embargo, vale la pena aclarar que esta mención a la diferencia de impacto refiere a los sentimientos negativos que podría generar la infidelidad, ya que el placer y el gozo que esta le produce no varía con el tiempo. “Todos los días, todas las veces, todo es igual de espontáneo, igual de satisfactorio” (p.6).
Asimismo, la infidelidad representa esa satisfacción fantástica del deseo insatisfecho de la realidad. La persona, al hacer realidad la fantasía, termina por suprimir o simplemente distorsionar su realidad y la sustituye por esta nueva fantasía que se le presenta. Es por ello que la persona infiel actúa de manera fantasiosa, ajena a la realidad, en un mundo de sensaciones y pensamientos que la hacen sentirse presa de un estado casi utópico, en donde lo que hace es “algo sorprendente por lo simple, por lo agradable, tan agradable que nunca intenté repetirlo” (p.6). Ella se siente completamente satisfecha pues está viviendo en la realización de su fantasía. “No te puedes imaginar la bendición que es para mí que me amen dos hombres. Me estalla el corazón de gratitud” (p.9). La mujer experimenta una serie de sentimientos de agrado constante, de placer; adopta la creencia de vivir en una especie de bendición y gratitud convencida de que el mundo a su alrededor es ahora perfecto porque ha transformado una fantasía en su realidad. “Sonrío porque la vida es tan hermosa. Porque todo es tan perfecto” (p.9).
No obstante, a pesar del estado de permanente felicidad que la infidelidad le provoca ella no puede huir a los sentimientos negativos que surgen y que tienen sus orígenes en la culpa. Ya hemos mencionado el primer intento por disculparse al afirmar que al principio todo se remitía a juguetear con la idea de infidelidad. Más adelante, ella reflexiona en su construcción como persona y llega a la conclusión de no ser una mujer insaciable porque, aunque “Lo deseo sin cesar […], cuando lo tengo, me siento satisfecha” (p.6). En primer lugar, evidenciamos una nueva construcción de su identidad al definirse como una mujer que no tienen un apetito, un deseo –en este caso sexual- que no puede ser satisfecho. Esto lleva a dos puntos importantes: primero, el aspecto sexual en su vida tiene gran importancia. Sin embargo, es capaz de demarcarlo al construir límites primeramente en su relación (“Tiene una idea clara sobre los límites de lo que hay entre ellos, sobre los límites que ella quiere ponerle” (p.6)), y en segundo plano, en ella misma. Segundo, la mujer sabe limitar sus deseos y de esta manera construye un sentimiento de absolución. ¿Quién es incapaz de contener su deseo sexual? ¿Quizás, a los ojos de la sociedad, una prostituta? Ella busca sentir que no es una mujer que se deja dominar por esos apetitos sexuales, sino que sabe definir los límites porque le basta con lo que su amante puede ofrecerle. Esto es una manera clara de redirigir la culpa y de construir un sentimiento de control de sus acciones, y al final, de su deseo.
Esta limitación que construye genera la conciencia de que en algún momento su infidelidad terminará. Aquí se presenta una dualidad importante: mientras su matrimonio es eterno “no tiene ninguna razón para pensar que no estará casada eternamente, al menos hasta que se muera” (p.7), su infidelidad es momentánea. Es algo que en algún momento se acabará: “Fue un affaire que duró tres meses, o seis, o tres años. Cosa del pasado” (p.6). Esto la ayuda a sentirse más identificada con su matrimonio que con su aventura, pues le recuerda que al final ella es una mujer casada y lo seguirá siendo siempre.
Pero entonces, ¿ella es de su esposo? ¿De ambos? ¿Quizás de ninguno? Uso el verbo “ser” no como pertenencia a alguno de ellos sino como consciencia de su realidad como mujer. Ya se ha establecido como una persona que cree saber limitar sus deseos, de controlar su realidad como mujer infiel, de sentirse satisfecha y feliz con esta fantasía que ha conseguido. Sin embargo, ¿cuántas realidades habita? ¿Dependiendo de su realidad se siente identificada con alguno de estos hombres? ¿Pertenece más a la realidad de la culpa que le provoca traicionar a su esposo o del deseo que conlleva su amante? Al final está encadenada a ambas realidades, aunque una le provoque mayor satisfacción. “Lo que ella hace esas tardes es algo hecho en el tiempo libre, en un tiempo en que, durante una hora o dos, ella deja de ser una mujer casada y es simplemente ella misma” (p.8). Nuevamente resaltan aquí dos puntos: primero, la mujer demuestra un desprendimiento de su realidad como mujer cansada y adopta una nueva identidad: es una mujer libre. No está atada a la fidelidad que simboliza el matrimonio. En segundo lugar, aunque ella se intente convencer de lo contrario es cuando está con su amante que ella demuestra su verdadera naturaleza (una de privilegiar el deseo), la cual además la hace sentir satisfecha.
Puede que la mujer esté en lo correcto al decir que no es un ser insaciable, pero esto se debe a su amante. “Las pulsiones insatisfechas son las fuerzas impulsoras de las fantasías y cada fantasía es una satisfacción de deseos, una rectificación de la realidad insatisfactoria” (Freud, 1973, p. 71). Esta fantasía (entendida además no como menos real, sino como materialización de un deseo) es producto de alguna insatisfacción en la realidad que habita. Ella se sacia en tanto comparta con este otro hombre porque, aunque ame a su marido y sienta la obligación social y moral de estar con él “hasta que la muerte los separe” (frase que claramente resalta lo anterior) es solo con su amante que ella estará completa. No en su matrimonio. Quizás ella afirma todo lo contrario “Nunca antes ha estado tan atenta con el marido, tan receptiva, tan afectuosa. Hacen el amor tan bien como siempre, incluso mejor” (Coetzee, 2017, pp. 7-8). ¿Pero si su relación se encontraba en un estado satisfactorio por qué tener una aventura? ¿No afirma ser una mujer que no es insaciable? ¿Como seres insaciables estamos en una búsqueda incontrolable de acceder a más placer? Nuevamente, como hemos visto varias veces, esta es solo otra forma de reducir su culpa convenciéndose de que podría incluso hacerle un favor a su marido con esto. Gracias a su infidelidad ellos pueden tener una relación más satisfecha. Deberían agradecer entonces lo que ella hace.
Retomando la creación de esta desvinculación de su “yo” como mujer casada con su “yo” como mujer que tiene un amante, ¿por qué tiene la necesidad de hacer esto? Al desprenderse de su realidad como mujer casada puede sentirse en la libertad y el derecho de proceder como lo contrario, una mujer que no tiene ninguna obligación conyugal y que por lo tanto puede satisfacer su deseo en cualquier hombre. “¿Es posible que […] una mujer casada deje de ser una mujer casada por un lapso de tiempo y sea nada más que ella misma, y que luego vuelva a ser una mujer casada?” (p.8). Atendemos así a otro intento de la mujer por mantener alejada la culpa de ella, pues qué culpa va a habitar a una mujer que no engaña a su marido porque cuando lo hace no adopta la esencia del tipo de persona en quien se condena este acto, y, además, qué mal puede ocasionar una mujer que simplemente quiere ser espontánea, que quiere ser ella misma. Debe estar en toda la libertad de proceder así.
Entre otros ejemplos de su intento por huir de su culpa se encuentra el constante uso de preguntarse qué significa ser una mujer casada: “Todas esas preguntas […] ¿no son una manera de justificar su infidelidad? Cree que no…” (p.8); especialmente radica la contradicción entre el libro que su amante le ha regalado y al que ella afirma no sentirse identificada pues ella no es perversa “No hay nada perverso porque todo eso no tiene nada que ver con su matrimonio” (p.8). Sin embargo, cuando engaña a su marido, haciéndole creer que está celosa, se menciona que es “un proceder artero, perverso incluso” (p.7).
En definitiva, la mujer se contradice, se excusa, busca huir de su realidad y adoptar una nueva identidad, convencerse de su control, del límite que establece en su relación y por ende del límite que tendrá su affaire, del amor que conserva a su marido, de sentirse satisfecha con lo que tiene, todo ello en la búsqueda de escapar de la culpa que la persigue todo el relato. Una culpa que, aunque la conduce a buscar desenfrenadamente decenas de absoluciones y redenciones, no la lleva a finalizar su infidelidad ni lo hará en el futuro pues, si por ella fuera, este affaire se convertiría en otro, aunque esto “sería tentar al destino” (p.8). ¿Y por qué este intento desesperado por huir, negar, suprimir y transformar la culpa?
La culpa se produce cuando se siente el peso moral de un proceder errado. ¿Cómo puede sentirse tan bien hacer algo que la sociedad y su moral dictaminan como mal? Su infidelidad la satisface de maneras que su vida, su realidad de mujer casada, no lo puede hacer. Porque la realización de una fantasía es algo tan poderoso, potente y placentero que necesitamos recurrir a cualquier posibilidad que nos permita apartar la culpa y simplemente disfrutar del momento. Por ello esta mujer seguirá negándose a la culpa que la condena si con ello tendrá la tranquilidad y el agrado de seguir disfrutando y satisfaciendo sus deseos más profundos. Al final, aunque piense lo contrario, entre la culpa y el deseo, su vida está siendo dominada por este último pues él se sobrepone a lo que su moral (manifestada en la culpa) le grita. ¿Y quién no ha acudido en algún punto de su vida a este tipo de actos desesperados?
Ela Villamil
Referencias bibliográficas.
Coetzee, J.M. (2018). Siete cuentos morales. Bogotá: Random House.
Freud, S. El Malestar en la Cultura (1973). Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Rey, Carlos. (2008). Las otras lecturas de Freud. Psicoanálisis y literatura. (n/a).

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